lunes, 26 de junio de 2023

Quelques jours avec moi

Una Sandrine Bonnaire cambiando de registro -ya podrá hacer luego “La ceremonia”- y un muy reflexivo y pasivo Daniel Auteuil ejercen de protagonistas. La reunión -totalmente inverosímil- de dos personajes de mundos antagónicos, esencia de la trama.

“Quelques jours avec moi” (1988), presentada ayer dentro del ciclo Claude Sautet de la Filmoteca, donde se volverá a pasar mañana martes, permanecía medio oculta en la filmografía de Sautet. Ya había dejado atrás sus muy sólidas películas con Romy Schneider y venía de un notorio bache artístico, en el que parecía dar palos de ciego, dirigiendo ésta justo antes de sus dos grandes películas finales, protagonizadas por la bellísima, aún no operada de labios, Emmanuelle Béart.
No sé si se estrenó en su día, pero al menos yo no la había visto nunca. Y diría que hay razones sobradas para verla, sobre todo vista desde hoy en día, sin películas de este calibre que echarse al gaznate.
Una primera razón que salta a la vista es la relación de grandísimos actores que la interpretan, como Daniel Auteuil, Sandrine Bonnaire, un jovencito Vincent Lindon, Danielle Darrieux o un inconmensurable Jean-Pierre Marielle. Pero yo apuntaría también a una música de Philippe Sarda que inicialmente dota de clima suspendido a la trama y sobre todo a que colaboró en el guión con Jacques Fieschi, a quien diría que se debe también una buena porción del éxito de “Un corazón en invierno” (1992) y “Nelly y el Sr. Arnaud” (1995).
Un veloz gesto con un sobre de dinero del médico director del establecimiento psiquiátrico, tras una conversación más bien dramática con la madre del personaje protagonista, ya avisa de los derroteros de comedia por la que puede dirigirse la película. Y hay, ciertamente, un giro hacia la comedia bastante disparatada que hace temer lo peor, después de haber planteado muy bien la trama en el mundo de las altas finanzas y las familias que las nutren y de haber dado indicios de dirigirse hacia la crítica de la vida provinciana -a lo Chabrol- con toques, algo groseros, de lucha de clases.
Un nuevo giro final abandona la comedia y entra en otros derroteros, tan inverosímiles como todo lo demás, pero ya sin la navegación por terrenos no dominados que ese paréntesis suponía.

El matrimonio de Limoges, él director del hipermercado local, un superlativo Jean-Pierre Marielle.
 

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