martes, 27 de junio de 2023

D’Est

Claire Atherton, ayer en el Instituto Francés.

Emplaza la cámara en un lugar donde no crees que suceda nada y empieza a pasar gente.

En este cruce, anunciado el carro previamente por el sonido, lo primero que se ve es un perro que precede al carro. Ahora ya ha salido de cuadro.

Aprovechando que Claire Atherton, montadora de Chantal Akerman, está por Barcelona, ayer el Instituto Francés dio la agradable sorpresa de invitarla a presentar “D’Est” (1993), producto de unos viajes que hizo con su cámara la cineasta para tantear el espíritu de los países del Este europeo poco después del hundimiento del comunismo.
Según Claire Atherton, fueron varios los viajes que entonces estableció Chantal Akerman, yendo hacia el Este, culminando en Rusia, pero están montados como un sólo viaje del final del verano al crudo invierno, de la luz a la oscuridad.
Tras los títulos de crédito ya aparece un encuadre de una gran belleza, que ejemplifica lo que puede verse por toda la primera parte del film. Se trata de la visión del exterior, a través de la ventana abierta. El plano siguiente justifica visualmente los sonidos que acompañaban al anterior: estamos en un café de carretera y, de tanto en tanto, pasa un coche.
Es admirable ver cómo solía saber emplazar la cámara en un lugar aparentemente anodino, sin movimiento, pero en el que rápidamente empieza a verse que se trata de un cruce neurálgico, por el que pasa intermitentemente todo tipo de gente, motorizada o no.
Este tipo de planos, muy medidos, vienen con otros intercalados en los que la cámara ofrece un frondoso árbol, sus hojas agitadas al viento vivificando la escena, u otros en los que un estudiado plano interior muestra a una mujer en su casa, sentada entre sus cosas. Éstos últimos frecuentarán toda la película.
Alcanzamos una ciudad -por los tranvías que aparecen yo apostaría por Praga- y entonces es la multitud caminando la que aparece registrada. Me pregunto cómo ha conseguido, con la cámara en medio de la acera, que la gente pase por su lado como si les pasase desapercibida.
Más adelante ya no es así. Las miradas y sonrisas, sobre todo de niños y ancianas, captadas ahora por una cámara subida a un coche, efectuando continuos travellings laterales, nos indican que han descubierto que están siendo filmados. La nieve y la oscuridad de la noche endurece algo la película, pero son sobre todo la voluntad de persistencia de los planos y el carácter repetitivo de éstos, los que ocasionan esa sensación.
Dijo Claire Atherton en su presentación que no hay una voluntad sociológica en la película, y puede que tenga razón, pese a escenas como la de esas mujeres alineadas junto a la fachada de un edificio, ofreciendo casa una de ellas alguna de sus modestas pertenencias a la venta. Que intenta captar de la gente de esos países no lo que nos separa, sino lo que une como seres humanos.


Uno de los planos fijos de interiores, generalmente de mujeres sentadas, silenciosas.

Llega la nieve y la oscuridad.

Y las colas, generalmente para esperar un transporte.


 

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