A punto de emerger los colores en las flores. Unos colores que ya invaden la escena de “la cour” y la inicial de la película.
Se podría empezar y no parar de sacar referencias cinematográficas a las primeras secuencias de “Domicilio conyugal” (François Truffaut, 1970; ayer en la Filmoteca).
Su plano inicial, en el que vemos sólo la cintura y un trozo de las piernas de Christine (Claude Jade) que va, con el estuche de un violín en mano, frente a una parada de fruta, me recuerda horrores a unos planos con un perro que ve pasar, debajo de los mostradores de la frutería de la plaza, el bolso de una señora del que emerge un amenazante pescado en “Mon oncle”, de Jacques Tati, a quien, por cierto, se homenajea más tarde, tanto con la escena de espera de Doinel cuando acude a por un puesto de trabajo, con ese elaborado trabajo en la banda sonora para marcar los acusados sonidos de los sillones de skai en los que se hunden los personajes como el ruido de sus zapatos al andar y otros, que remiten directamente a “Playtime” como de forma ya evidente haciendo aparecer a su personaje de Monsieur Hulot en la estación de metro. Poco importa si esa primera secuencia mencionada y la siguiente, frente al quiosco, están ahí simplemente para que ella, con su frase: “Mademoiselle no, Madame” nos haga saber que su personaje ya se ha casado con Antoine Doinel.
La escena del viejo verde de portero con gorra que le deja subir a ella delante por la escalera para así poder gozar de la visión de sus muslos me ha sonado más a Chabrol -aunque es verdad que ahora mismo sólo recuerdo una película suya muy posterior con esa misma escena- que a Truffaut.
El tratamiento del color, tan destacado en ese principio con Antoine Doinel (J.P. Leaud) tiñendo sus flores, podría hacer alusión a ciertos cineastas norteamericanos.
Pero, por encima de todo, la referencia suprema de ese principio de la película es la de todo un cine francés muy popular que hizo del patio de vecinos (“la cour”) el núcleo organizativo de sus historias. “Le crime de Mr. Lange”, del muy admirado por Truffaut Jean Renoir, sería, desde luego, la referencia directa más evidente.
Y si luego añadimos otras citas a sus propias películas o de las de otros, aún seria más acusada la cosa. Ahí está la promoción a “La novia vestía de negro” mediante esa portada de novela que lee Antoine, ese balcón esquinero de habitación de hotel a donde va a vivir Doinel cuando surgen los problemas con su mujer y que no es otro que el que él mismo, pero a sus veinte años, abría al inicio de “Antoine et Colette”, el beso que Antoine y Christine se dan en la bodega de casa de los padres de ésta que sólo pueden entender en toda su implicación los espectadores que previamente hayan visto “Baisers volés”, ese enorme cartelón de “Cheyenne Autumn” (John Ford) en un cine por delante del cual circula Doinel o esa cariñosa pulla enviada a Delphine Seyrig emulando el imitador televisivo su voz en “Marienbad” pero, sobre todo, en la escena cumbre de “Baisers Volés”.
Pero si hay una cita para amigos que me gustó reconocer en la película un par de visiones antes de esta, fue la que tiene lugar cuando Doinel quiere dar a conocer a todo el mundo que acaba de ser padre por vez primera. La secuencia tiene lugar, precisamente, tras haber visto en un cameo nada menos que a Helen Scott, quien le sirvió a Truffaut de traductora y ayudante en la elaboración de su famoso libro de entrevistas con Hitchcock. Cuesta reconocer el guiño, que no sé si será apreciable en la versión doblada, porque en los subtítulos españoles también aparece todo desfigurado. Doinel entra en una cabina telefónica, marca un número y pregunta por quien los subtítulos dicen que es “Jan”. Entendemos que le dicen que no está en casa. Él quiere, aún así, exteriorizar su alegría,y le dice a la señora al aparato que le trasmita, por favor, que Antoine acaba de tener un hijo. El nombre que le asigna los subtítulos a su interlocutora es algo raro que no recuerdo bien, pero en la banda sonora se entiende bien el apellido de Eustache. Seguro que está puesto ahí por Jean Eustache, el director, aunque aún no había rodado “La maman et la putain”. Pero sí “Le Père Noël à les yeux bleues”, precisamente con Leaud como protagonista…
Si “Baisers volés” finalizaba con la escena del misterioso hombre que acosaba a Christine, aquí se invierten los papeles y presenciamos el acoso que Ginette, una vecina del patio, ejecuta secuencia sí y la siguiente también sobre Antoine. Como en la película anterior del ciclo Doinel, aquí también surge un personaje misterioso, anunciado por una música de Antoine Duhamel que también interviene en otras escenas de gran guiñol, que es lo que menos me convence de la película.
Pero en general, salvo estas pocas cosas bufas, me ha parecido esta vez muy bien atada toda la película, tanto a nivel de guión como de realización, cosa que en cambio creo que no pasó con la posterior “L’amour en fuite”, pero no avancemos acontecimientos… Baste pensar, para corroborar lo que digo, en pequeños pero muy bien estudiados detalles, como esa sonrisa pícara de aceptación del fetichismo que, en la cama, le concede Christine a Antoine, cuando éste le pregunta si, si le pide que haga una cosa, se la concederá.
Iba a escribir aquí unas cuantas de las constantes líneas temáticas que, tras las proyecciones, vemos una amiga y yo con la que he acudido a varias de las películas del ciclo que van recorriendo las películas de Truffaut, pero como ya he hecho esta entrada larguísima con tanto detalle particular, me reservo eso para otra entrada, o quien sabe si para un futuro artículo de la sección de “Los lunes día del espectador” de La Charca Literaria.
Éste plano con las piernas de la pianista Christine también nos ha hecho discutir bastante…
Y éste y otro plano dela película refutaría la teoría que quiero explicar en otro artículo para “Los lunes día del espectador” de La Charca Literaria. Aunque, bien mirado, quizás actúe profundizándola.
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