viernes, 26 de mayo de 2023

Tótem sin tabú

Preparándose para empezar…

La gente comentaba que nunca pensaron irían tantos a la librería Alibri para asistir a la presentación de “Tótem sin tabú”, el libro del cineasta Carlos Benpar. Realmente el lleno fue impresionante. Eran casi todos, eso sí, de su generación, constituyendo buena parte de esos pocos lectores que el mismo Benpar comentó con preocupación al final que, por edad, quedarían para aún comprender lo que se explicaba en el libro.
Tres personajes llevaron la presentación. Hacía muchísimos años que no había visto a Félix Fanés y, al verlo iniciarla me llevé una enorme impresión. ¡Cómo había pasado a parecerse a su padre! Fanés justificó su presencia allí por un doble y único mérito: haberse leído sus mil trescientas veinte páginas y que, antes de dedicarse a la historia del arte fue crítico de cine, momento en el que conoció y se hizo amigo de Carlos Benpar.
Explicó lo que luego aproximadamente contemplamos: que en ese acto él iba a ser “el seny” y Valentí Gómez Olivé (cuya relación con Benpar nadie explicó) sería “la rauxa”, en un enfrentamiento entre la prosa (que se asignó) y la poesía (que con razón atribuyó a Gómez Olivé).
Fue muy concreto en su descripción de la obra, añadiendo varios piropos, diciendo que era algo diferente a todo lo que se publica, un “material refinado que se devora con placer”, un libro “bien escrito y adictivo”. Cuatro libros, en realidad, cada uno de ellos de un estilo diferenciado, como pasó a detallar a continuación:
El primero, comprendiendo un centenar de páginas, iniciado en el Kilimanjaro, estaba íntegramente dedicado al dolor por la muerte de su madre, que luego aflora, aunque con menor intensidad, por el resto del volumen. Sabido es que Benpar presenta la película que le dedicó a su madre cada 26 de febrero, aniversario del día de su muerte.
El segundo (por el que acabé haciéndome con un ejemplar) se inicia ante el portal del Clot donde los amigos se contaban “aventis”. Es un canto a la infancia y a su relación apasionada con el cine, al tiempo que un amargo lamento por la pérdida de los cines de barrio.
El tercero contiene la crónica de su carrera profesional como cineasta, empezando -otro que creo será punto de enorme interés- con su actividad como rastreador de cine, cineclubista y sus quehaceres hasta lograr presentar su primer film. Fanés señaló que comprendía tanto la novela picaresca (hacer cine por aquí lleva a ello) y la novela sentimental, pues en ella se narraba también algún que otro asunto sentimental con mujeres que -añadió- “parecía de tan perfecto totalmente inventado”.
Fue el propio Benpar el que más tarde señaló que ahí iba a dar por cerrado el volumen, y que, si había escrito un cuarto libro, fue para aclarar los detalles del penoso pleito con el Ministerio de Cultura que le apartó definitivamente de la dirección cinematográfica.
Por todo el libro resuena una fecha capital, la del 26 de febrero en el que de joven fue a ver un programa doble del cine Cataluña con su madre, quien -aclaró también más tarde Benpar- sólo iba al cine para acompañarle, durmiéndose irremediablemente, y soportaba mejor las películas de juicios. La sesión comprendía “El proceso”, pues le sonó que bajo ese nombre seguro que habría uno de ellos. No entendió nada, pero a partir de entonces se dio cuenta de la existencia del director en cada película y vio claro que eso era lo que él quería hacer.
Félix Fanés acabó su intervención haciendo notar la evidente presencia de la muerte en todo el volumen, pero lo justificó diciendo una frase que tenía preparada. Una frase que -comentó- habría querido fuera suya, pero que era de Martin Amis, el escritor británico que acaba de falllecer: “Sin muerte no hay arte”.
Fue el momento de un raccord feliz, pues Valentí Gómez Olivé, a quien le tocaba ya intervenir, completó: “Y, sin arte, nos morimos”.
No me atrevo a resumir aquí la intervención de ese gran conocedor de Roma, que dirías la preparó consultando su biblioteca de clásicos. Sólo decir que también hizo, a su manera, su interpretación del volumen, señalando que poseía el cuerpo (básicamente el cine), el alma y el viaje, y citando entre otros muchos a William Blake.
Vaticinó que se convertiría en un libro de culto, habló de su “peso polisémico”, más allá del que le confieren sus numerosísimas páginas, y se congratuló de que aparecieran en él las nueve musas, que fue identificando una a una. Y sé que habló finalmente de un epifonema, pero no sabría decir a cuál se refirió, sí a uno presente en el volumen o uno que confeccionó él ahí mismo. Podría ser…
Por su parte, Carlos Benpar cerró al acto dejando clara a quien no la conociera la enfermiza naturaleza de su obsesión por su madre. Explicó el título (el tótem son el cine y su madre y “sin tabú” porque no hay autocensura alguna), pues estaba escrito en un momento en el que ya todo le da igual. Hablé luego con un cineasta amigo que me confesó estar algo intranquilo, puesto que le había prevenido de que le nombraba en una frase y de que no le gustaría, y en la intervención volvió a decir que decía lo que pensaba y que sabía que a muchos no les haría ninguna gracia, pero a estas alturas ya no le importaba.
Pero prefiero quedarme con un par de apuntes que también hizo. Uno fue su explicación de que la imagen de la contraportada presentaba una escena de El Proceso en la que la enorme puerta del film había sido sustituida por el portal del Clot en el que se reunía con sus amigos.
Otro, muy inesperado, fue su mención a que la niña por la que se obsesionó en su infancia resulta que estaba ahí, en primera fila. Ella, emocionada, se incorporó un poco y saludó, ante la sorpresa y aprobación general. Luego una amiga me comentó que habían hecho vidas totalmente separadas desde la infancia… hasta que hace cuestión de un año se rencontraron… y se casaron. Parece que no todo le da igual.

… Y empezando.

oda la cubierta del enorme volúmen, desplegada. A la izquierda puede verse la imagen de la contra cubierta citada.

 

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