Festival L’Alternativa - 2
L’Alternativa ya había pasado su “A Fábrica de nada” (2017), y me pareció tan extraordinaria que no dudé ayer, pese a sus tres horas y media de duración, en ir a ver en el mismo festival el siguiente largometraje de Pedro Pinho, “O riso e a faca” (2025).
Se inicia con una espectacular irrupción del desierto siguiendo el viaje del que será su personaje principal, quien a todas luces no está acostumbrado a todo aquello con lo que, inocentemente, se va enfrentando. Del desierto damos un brusco cambio a un albergue de una ciudad a donde llega, con sus mapas y maletas. Pronto sabremos quién es (Sergio, un técnico ligado a una ONG) y cuál es el motivo al menos externo de su llegada a Guinea Bissau de forma tan anómala como es conduciendo su coche desde Lisboa: elaborar y entregar un informe ambiental que les exigen a los constructores de una carretera que, para preservar las especies animales de una reserva natural por donde se proyectaba inicialmente hacer pasar, cruzará entonces una zona de acuíferos, perturbando a unas hasta ahora aisladas aldeas tradicionales y sus arrozales.
Sergio entra en contacto luego con el más extremado y ambiguo mundo de la noche de Bissáu y, a eso de la media hora de proyección, empecé a pensar que esa no era mi película, pero luego, adentrándome más en ella, en un increscendo imparable, no podía dejar de fijar atentamente mi mirada, para no perderme absolutamente nada, en la pantalla.
Pronto deduces que uno de los grandes temas de la película, sino su principal, es el de las heridas dejadas por el colonialismo. Una señora, la abuela de un bautizo -que en el coloquio Pinho explicó que había sido una de las participantes de la resistencia contra los portugueses- cuenta, ante la atención, pero también las risas de su familia, sus recuerdos al respecto, llamando “tugas” a los portugueses. Sergio, y nosotros con él, observamos también una bochornosa visita de miembros de la ONG Save the Children a una aldea para ver el uso que hacen de una letrina que les instalaron. Una local le pide confirmación, incrédula, de si es verdad que en Portugal hacen llegar agua potable a los retretes.
No sólo visita Sergio aldeas perdidas. También va a unas lejanas, en medio de un desierto, instalaciones industriales regidas por blancos portugueses, gente que muestra su chifladura, producto del largo aislamiento en que se encuentran, y con los que acude a una discoteca -donde también hay, como en otros sitios, una china- y burdel, en el que una prostituta muy instruida le dará una bofetada dialéctica similar a la que la película efectúa con el espectador.
Pero es, al menos para mí, con todos sus otros ecos, la posición en falso de Sergio, ese no estar suyo en ningún lado, la que centra la película. Por el principio tiene una conversación en apariencia banal con un travesti del que se ha hecho amigo, en la que discuten sobre estar y no estar ‘aquí’, que más tarde cobra todo su sentido. Su posición me ha llevado a pensar entonces tanto en “El corazón de las tinieblas” de Conrad como en “El extranjero” de Camús.
En un momento dado alguien, ahora no recuerdo si él mismo, habla, para retratar la permanencia de formas coloniales, de chantaje eterno. Queriendo aparentemente luchar contra ese chantaje, se siente enredado entre optar en su informe por una opción que cree puede ayudar al progreso de la zona, a la mejora de vida de la gente de las aldeas y, por otra, por la preservación de su forma de vida ante la ajena a la que más que probablemente les llevarán los blancos, lo que puede que Pinho haya querido también reflejar mediante una escena en la que Sergio quiere salvar a una cabra de ser sacrificada y comida su sangre, pero no logra decidir si salvar a la más joven o a la más vieja.
En el coloquio final, que empezó, para mí inexplicablemente, centrado en cómo había preparado una escena de encuentro sexual a trío de su parte casi final, y teniéndole que responder a un espectador que le preguntaba si había estado influido por el “Pacification” de Albert Serra (!) que lamentablemente no conocía esa película, entrando ya de lleno en el tema, Pedro Pinho explicó que Guinea-Bissau había destacado por su resistencia a los portugueses y, al lograr la independencia, fueron los militares ahí previamente desplazados quienes, al volver a la metrópolis, configuraron el grueso de los sublevados en la Revolución de los Claveles.
Reafirmó también que su preocupación principal había sido hacer notar cómo se perpetúan las relaciones coloniales, que de muchas maneras, a veces inconscientes, se mantienen hoy en día. Y, explicando en concreto una escena con un personaje femenino de protagonista, preguntarse cómo los europeos pueden arrogarse en jueces morales de la situación africana, con todo el pasado que arrastran.
También me resultó interesante su comentario de que, tratándose de una película que contenía enormes masas de discurso, para poder abordar la complejidad del tema se había visto abocado a dotarla de una larga duración, y hacer que escenas de discoteca, de música y de amor sirvieran de puerta de entrada a las de discusión.
Eso quedaba claro -finalizó, forzado por el horario, pues se había de desalojar la sala para otra proyección- en una versión de 5h 20min que hizo, pero difícilmente en la que pidió reducir a su montadora, para llegar a la versión que (yo con un poco de frío periódicamente en mi butaca y ganas de ir al lavabo contenidas para no perderme nada significativo) vimos ayer.







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