miércoles, 23 de agosto de 2017

La casa de la plaza Trubnaya

La ciudad se despierta reflejada en los charcos de agua.

Cómo salí con tan buen sabor de boca de ver "La muchacha de la caja de sombreros", que me recordó en varios momentos a los mejores Buster Keaton, me he alegrado al ver que una de las novedades del día en la Filmoteca Shangrila de Vimeo era otra comedia, "La casa de la plaza Trubnaya" (1928), también de Boris Barnet. De ella me alimenté anoche.
Y, cuando está viva, activa, recibe a una chica procedente del pueblo, asustada como estaba la mujer de campo entrando tras el viaje en tranvía a la ciudad en "Amanecer".

Salvo en alguna cosa aislada (ese tren que se interfiere delante de otro en una despedida, no dejando ver la persona despedida a la que despide, por ejemplo), aquí el referente no ha sido para mí Buster Keaton, aunque sigue siendo una película cómica, marca de la casa. Todo el arranque del film y partes posteriores recuerdan más a esas sinfonías de las grandes ciudades de la época. Hay por ejemplo un recorrido en coche desde el que el chofer y la criada contemplan la ciudad repleta de actividad, con la gente cruzándose, reflejos,... pero es que antes hemos sido testigos del despertar de esa misma ciudad -Moscú-, y uno no puede dejar de pensar en "El hombre de la cámara" (Vertov), si bien aquí es la tonalidad poética (los reflejos de las torres de las iglesias en los charcos, la ropa tendida) la que predomina.
Ella viene en tren, procedente del pueblo, y cargada con, entre otras cosas, una oca.

Más anteriormente aún, hemos sido testigos del caos del patio de vecinos, estilo "13, fue del Percebe", que va a ser en buena parte protagonista de la velada. Todos y cada uno de los vecinos de la casa del título limpia su piso, barriendo la porquería y expulsándola hacia las zonas comunes, que al margen de decrépitas están en un estado de limpieza que da asco.
Va siguiendo las instrucciones de la gente a las que pregunta la dirección.

Pero la protagonista principal es Parasha, una chica de pueblo perdida en una ciudad hostil por desconocida. Y trata el film de su (pasivo) acercamiento, cuando pasa a ser criada de dos explotadores, a un sindicato que infunde real miedo.
Pero seguro que irá a parar a esta comunidad de vecinos, donde trabajará de criada para los más estrafalarios. Tan despreocupados con lo común como todos los demás.

Varios hallazgos visuales (la oca tras la ventana que indica que la chica se ha instalado definitivamente en la casa, el balanceo de la pierna del que será el patrón cuando se siente satisfecho, la expectación -captada por la quietud de las piernas de los espectadores- ante la magia del teatro,...) ayudan a seguir la película sin que tenga que ser por los caminos trillados, mientras que uno se imagina lo intensamente popular, por divertido y cercano, que debía ser ahí, en la URSS de esos años, este tipo de cine.

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