jueves, 5 de octubre de 2023

Hellzapoppin’

Mireia Iniesta,vicepresidenta de la Federació Catalana de Cineclubs, presenta a Esteve Riambau, quien hablaría de la preferencia de Portabella por este film junto con Ordet (Dreyer), Sacrificio (Tarkovski), L’age d’or (Buñuel) y ahora no recuerdo qué quinto título.

Anteayer martes empezó en la Filmoteca la Setmana del Cineclubisme con Carla Simon presentando la extraordinaria “Pastorali” de Iosseliani, sesión que desgraciadamente me perdí, pero ayer Pere Portabella había escogido como film “Loquilandia” (Hellzapoppin’”, H. C. Potter, 1941) y para ahí que fui.
No pude preguntar a Portabella las razones de su elección, porque desgraciadamente no fue a presentarla (a sus casi 97 años a ver quién se lo echa en cara…), pero Esteve Riambau le sustituyó y la atribuyó a algo muy plausible, como es el aire que respiraban ese grupo de amigos en cierta forma capitaneados en su gusto por Joan Brossa, y que formarían el Dau al Set, que se reunían por la zona de Balmes/Plaza Molina, en casa de los padres de Antoni Tàpies generalmente,
Ese gusto suyo por lo fantástico y las acciones disparatadas, también originalmente del agrado de los surrealistas, seguro que debía satisfacerse con buena parte de lo que en la postguerra les ofreció esa película. Por ejemplo: por un momento -el sorprendente desfile de animales saliendo de un coche- creí estar asistiendo a uno de los sueños del Buñuel de la etapa mexicana…
Pero además bastaría recordar que Portabella era un gran amante del jazz más disruptivo y que los solos que debía ensayar en la batería (el instrumento que tocaba) podrían ser muy apropiados para todo ese inicio del film, repleto de gags realmente surrealistas y muy divertidos.
Riambau explicó de dónde surgió el título original, que fue el de una comedia musical de éxito durante tres años consecutivos en Broadway, con ese Hell inicial que justifica la aparición de los infiernos, donde unos diablos expeditivos provocan dolor eterno… en la obra de éxito que quieren pasar a película.
De hecho, el film puede pasar por un buen ejemplo de cine dentro del cine desde el minuto inicial, localizado en una cabina de proyección, y luego prolongado durante todo el metraje, con ese momento cúspide en el que la película salta de cuadro y en la proyección se ve durante un tiempo la barra de separación de fotogramas por el medio del cuadro, arriba las piernas de los personajes y abajo sus cabezas… hasta que los mismos personajes hacen fuerza y consiguen dejar la barra en su sitio.
Ciertamente cine alocado para su época, sobre todo en ese inicio sucesión de gags, con situaciones absurdas provocadas por malentendidos lingüísticos y de todo tipo, si algo, en mi opinión, le hace bajar enteros a continuación es por no haber seguido apretando el pedal del disparate, y dejarse llevar en algún momento por la comedia musical y las convenciones del género. Si llega a destripar algo más, llegaría a la categoría de inmejorable.

Un diablo asa a l’ast a dos pecadoras, mientras otro atormenta a una de ellas un poco más.

La escena de antes de los títulos, en la cabina de proyección. Se inicia el cine dentro del cine

Él comenta: “¡creía que se había quemado!”

Más cine dentro del cine: los productores interpelando a los actores de la película.



Y el ajuste, por los actores, del cuadro, que se había desplazado por problemas en la proyección.
 

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