jueves, 22 de abril de 2021

Los 70 años de Cahiers du Cinéma


En abril de 1951, hace ahora pues setenta años, Cahiers du Cinéma sacaba su primer número a la calle. Para celebrarlo, la redacción actual de la revista no ha tirado un número especial, pero sí lo ha considerado como uno de sus temas principales del número de abril, cosa que también les ha debido ir bien en un momento en que, con las salas de cine cerradas y mucho estreno aplazado, la actualidad cinematográfica, especulaciones de futuro al margen, no da mucho de sí.
Han encargado al realizador experimental Bertrand Mandico que les diseñe la portada y él ha hecho una evocación de la portada de ese primer número que, sí no cuelgo aquí, es porque me parece horrible.
Pero también lo celebran de otras formas. Una (dicen) es preguntando a diversos realizadores de renombre que están en este momento, haciendo frente a la pandemia, realizando un film, que les hable de él, dando pie a, por ejemplo, que Mariano Llinás explique (¡a su manera!) sobre una “Saga de los Mártires Unitarios” que se ha sacado de la manga, donde cuenta que “va a hacer seis o siete films sobre seis o siete militares muertos o vencidos de formas que me parecen particularmente bellas”. O (y eso sí del todo ligado) también publican una lista argumentada de setenta películas -una por año- que quieren resuma la época transcurrida y, a la vez, las características mantenidas por la publicación.
La lista, como todas las de su género, establecida por Marcos Uzal, el director de la revista, emociona y te hace frotar las manos al ver los criterios de su gestación a partir de un amplio paseo por los números de todos estos años:
-Los films defendidos en su tiempo pero hoy justamente olvidados.
-Films importantes para un conjunto más o menos basto de la cinefilia cahierista, pero que no han cesado de molestar, dividir o incluso irritar (...)
-Films menos conocidos o incluso subestimados de cineastas actualmente mucho más considerados.
-Films que podríamos aún defender perfectamente hoy en día en nuestras páginas.
Ni que decir tiene que a la excitación con la que se inicia la lectura de esas páginas acaba en una bastante extendida decepción, puesto que solo he reparado en films a ir a buscar como la tan citada en todas las historias del cine “Un vie” de Alexandre Astruc, que nunca he tenido la oportunidad de ver, o un raro film científico alabado por Godard, “Les rendez-vous du diable” (Harum Tazieff).
Pero, en compensación, inicia el capítulo con la foto de “Le départ” (Skolimowski) que cuelgo, en la que Jean-Pierre Leaud hace el tonto para divertir a la chica gracias al espejo del armario. Lo explico. Mi madre, que era una persona muy seria, alguna vez muy rara nos hacía una broma a sus hijos, que le pedíamos una y otra vez que la repitiera. En su dormitorio, una pieza de esas que los novios encargaban en la época, como el comedor, a un carpintero para que éste hiciera un conjunto armonioso (y patapúm), frente a la cama de matrimonio, mis padres tenían un enorme armario, que con el tiempo cubriría la pared de lado a lado. El cuerpo central se abría y el reverso de las puertas estaba cubierto de un espejo.
Mi madre nos colocaba en una esquina del dormitorio y ella, abriendo la puerta central, se ocultaba medio cuerpo tras ella, de tal forma que sólo le veíamos directamente una mitad de todo él, mientras que la otra mitad nos la ofrecía, por simetría, el espejo. Ponía entonces la cara más seria de la que disponía y, apoyando todo su peso firmemente en la pierna oculta, doblaba y extendía una y otra vez la que le veíamos directamente. El efecto era tronchante.
Pero ella lo hacía bien, no como Leaud, a quien se le ven dos cabezas...




 

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