Jesús Franco no gana para desengaños en “El extraño viaje” desde la muerte de sus padres. Invoca al tiempo pasado continuamente: “¡Con lo buenas que estaban las peras del huerto de papá!” ¿Cuáles podrían ser esas riquísimas peras del huerto de papá, a conservar en la memoria? Aquí –Cine- se intenta recopilar y dejar visibles las impresiones a vuelapluma, en general sin documentación ni análisis previos, de la reciente visión de alguna película que me haya causado buenas vibraciones.
sábado, 30 de septiembre de 2017
Eaux profondes
lunes, 25 de septiembre de 2017
Pialat
He estado buscando una imagen precisa de una de las películas de Maurice Pialat. No era muy exigente. Sólo deseaba que fuera de cuando el protagonista -no necesariamente el de "Le Garçu"- se desplaza al pueblo de su infancia a ver a su padre. Como no he encontrado ninguna, cuelgo esta foto del propio Maurice Pialat, un director que tengo entre los de más alta estima.
Ça y est!
Maurice Pialat sentía –y eso le honra: así debiera ser por norma– un pudor enorme que le hacía evitar dejar en sus películas algo que pudiera ser considerado pornografía sentimental. Por otro lado, tenía también una aversión grande –tomen ejemplo– a las cosas excesivamente bonitas, con un cierto halo de perfección: «Es así como se llega al academicismo. Se hace todo bien, y entonces finalmente no vale nada», decía.
Conviene saber eso para ir a ver siempre sus películas, y además totalmente confiado, ya que, pese a las apariencias, nunca nos va a apuñalar por la espalda a base de un chantaje emocional o una fotografía de estética exquisita.
No lo debía de tener yo tan claro cuando, en su día, dejé de ir a ver su último film estrenado, «Le garçu» (1995). Seguramente me leí alguna frase de esas promocionales tan lamentables (tanto, que si por ellas fuera, nunca iría al cine, para evitar en lo posible estrellarme contra el tópico), o por algún medio llegué a saber que se trataba de una película «con niño», y que correspondía exactamente al periodo vital del realizador en el que, ya bastante mayor, había sido padre por primera vez de un crío, en aquel entonces ya de aproximadamente la edad del de la película: «¡Sensiblona película de amor paterno-filial al canto!», debí de pensar, y no me vieron el pelo.
Por suerte, tras volver a ver todas las maravillas previas de la extraordinaria retrospectiva sobre su obra que organizó la Filmoteca, compensé el error anterior, y vi también «Le garçu», que es otro Pialat de esos que no denigra en absoluto a su filmografía. Es verdad que Gerard Depardieu –que encarna en la película al alter ego de Pialat, al padre– está encariñado a rabiar con su hijo, pero eso no es óbice para que nos traspase venga píldoras edulcoradas, como habría hecho, en cambio, si le hubiera dirigido cualquier otro director.
Y, sin embargo –o quizás por ello, que uno es muy suyo–, en dos o tres momentos de la película me pasó eso de ponerme a un paso de lagrimear, dando pie a este relato. Uno fue con la película ya bien mediada, lo que hace que la pareja contemple ya con un poco de perspectiva y cierta serenidad su relación. Ella le pregunta por los momentos felices de la vida. Él piensa un poco y ofrece una pequeña relación de ellos. Añade uno muy particular: «Tapar por la noche al niño». El segundo tiene más enjundia de esa de la que están repletos los Pialats: va al pueblo a ver a su padre, ya un anciano, en la enésima secuencia de estas características de su filmografía. Enfermo, su padre le escribe en un cuaderno una frase definitiva, llena de la clarividencia de la familia, que te clava en la butaca, pensando en lo profundo del tema: «Ça y est!» (¡Ya está!). Y, efectivamente, poco después se muere. El protagonista va entonces al bar de la vecindad. Su cara no expresa ningún sentimiento especial, pero la señora del bar le señala, más emocionada que él, diciéndole: «Ha sido usted un buen hijo». Ese fue el tercero.
miércoles, 20 de septiembre de 2017
Érase una vez un mirlo cantor
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| Sus compañeros de orquesta se admiran. Lo ha vuelto a hacer: ha llegado justo en el momento en que tenía que tocar el timbal para acabar la pieza. |
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| Una continua ronda entre una y otra chica. |
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| Alguna ya harta de él, porque ha sufrido su inconstancia. |
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| Celebrando un cumpleaños familiar. La música -con todo tipo de instrumentos- siempre presente. |
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| En la Biblioteca, a donde va hasta el cierre a emprender unos misteriosos estudios... sin dejar de observar a sus vecinas. |
jueves, 14 de septiembre de 2017
La infancia de un líder
miércoles, 13 de septiembre de 2017
Tengo veinte años
martes, 12 de septiembre de 2017
La historia de amor
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| El árbol del amor |
| AñadirRadu Mihaileanu en el coloquio posterior de la sesión, explicándose. A s lado, Octavi Martí.leyenda |
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| Los tres amigos enamorados de Alma. |
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| Los dos monstruos actores reunidos en el film, Elliot Gould y Derek Jacobi. |
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| Otra pareja, en NY. |
miércoles, 6 de septiembre de 2017
La bella molinera
lunes, 4 de septiembre de 2017
Le cancre
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| Rodolphe, interpretado por el mismo Paul Vecchiali, y su hijo. |
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| Empieza la ronda de encuentros con sus antiguas mujeres. |
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| Entre las que hay hasta monjas (Edit Scob). |
Vecchiali filma la película como lo ha hecho últimamente: Bajo presupuesto, interpretación en ocasiones teatral, casi guiñolesca, mientras que en otras ocasiones deja seguir una línea naturalista. Hay en el film cartas dadas a leer, pero combinadas con la tableta del hijo, que debe utilizar para sus encuentros homosexuales. Paseos de Rodolphe pensativo, pero combinados con encuentros y conversaciones a dos o tres plantados, colocados frontalmente a la cámara.
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| La inolvidable Françoise Lebrun de "La maman et la putain" interpreta a una de las mujeres de Rodolphe. |
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| Mathieu Amalric tiene también un pequeño papel. De hecho, en buena parte el film está compuesto de apariciones estelares. Dirías de amigos que gustosamente ofrecen alguna que otra sesión de rodaje. |
sábado, 2 de septiembre de 2017
Subarmarekha
"Subarnarekha" ("El hilo de oro", Ritwik Ghatak, 1965) es emocionante desde su exhibición inicial de un certificado de censura, de una foto de un señor trajeado en plan indio que no sé quién debe ser y, finalmente, de sus títulos de crédito, escritos en una especie de pergamino rodante con la caligrafía y alfabeto tan característico del país.
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| Jugando en la abandonada pista de aviación. |
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| El hermano mayor se da cuenta que su hermanita se ha hecho una mujer. Aquí ella -como en otros contados momentos de la película, ella, triste, canta una canción. La de los arrozales. |
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| La espiga que lleva al sitio de preparación de la novia, vacío, en la boda. |






































