En esta ocasión, viendo la película de Truffaut de ayer en la retrospectiva de la Filmoteca, “L’enfant sauvage” (1970), siendo una película con muchos menos “recovecos” que lo habitual, los “nuevos descubrimientos” que hice fueron mínimos…
No hay resumen temático o de situación con los títulos de crédito. Van en pantalla negra, con, de fondo, los sonidos de un bosque, correspondientes a la primera escena que surge inmediatamente después, la del descubrimiento del niño salvaje.
Es en estas primeras escenas, como en toda la película en blanco y negro, donde se aprecia el acierto del primer encuentro del realizador con Néstor Almendros como responsable de fotografía. Él supo vencer la dificultad que presentan las sombras al captar una acción en un bosque.
Cuando aparece Truffaut como el Dr. Itard, en su primer papel protagonista en una de sus películas, se le oye defender a Victor de l’Aveyron como posible niño ilegítimo abandonado, y te dices que es justa la causa y apropiada para representar por alguien nacido sin padre conocido…
Se trata de la película “de época” más antigua montada por Truffaut, y ha de decirse que consigue momentos de representación y ambientación fieles y bien medidos, como la secuencia en la que la diligencia vadea el río, con su pasaje atravesándolo por el puente a pie.
Hay en cambio otro tipo de cosas que se me hacen totalmente increíbles, ligadas sobre todo a la evolución relámpago en su forma de actuar del niño salvaje, que al poco tiempo de formación ya está caminando con sus zapatos y ropa formal casi a la perfección, como si lo hubiera hecho toda la vida.
Pero, hecha esta salvedad y quizás la de los excesos interpretativos del sobrino de Manitas de Plata en el papel de niño salvaje, y atendiendo a la película como tal, yo creo que se puede reconocer que ciertas fases del progreso educativo de Víctor están montados -con un Dr. Itard de rostro inexpresivo, pero anotando sus pensamientos y avances en sus diarios- de forma tal que inevitablemente provocan la emoción cómplice del espectador, que es de lo que se trata.
Como elementos muy propios de Truffaut encontrados en la película señalaré dos o tres, de diferente peso:
-Tratándose de un film de época, y de una época sin electricidad, eso le permite a Truffaut utilizar sus estimadas velas, cosa en la que, en este caso, también debió tener algo de responsabilidad un especialista en la cuestión como Almendros.
-No habiendo apenas mujeres jóvenes en el film, y ninguna ligada directamente con el protagonista, no podría aparecer aquí esa caricia sobre el rostro de la mujer amada que aparece repetidamente en su filmografía. Pero está curioso ver, en este caso, que es el propio niño salvaje, una vez ya mínimamente educado o, si se quiere, “domesticado”, el que se aplica en un par de ocasiones una auto-caricia agarrando las manos de su tutor o de su ama.
-En cuanto a sus habituales citas, está divertido constatar que al médico que viene a tratar a Itard lo hacen llamar nada menos que Dr. Gruault, siendo Jean Gruault, precisamente, el coguionista de la película… al tiempo que aparece como extra en otra escena de la misma.
Y ahora sí que me repetiré en una cosa final. Cuando vi por primera vez, en su estreno en Barcelona, la película, después de haber visto unas cuantas de sus películas previas, de formas libérrimas, no pude ocultar una cierta decepción.
Por un lado, en ella se acabaron las dinámicas sorpresas que inundaban las previas, presentando una factura -aparentemente- muy clásica, aunque ahora noto que, en su forma, tan austera, con secuencias aisladas que se inician para mostrar un pequeño matiz o fase de avance en el proceso de enseñanza, y luego se acaban mediante un cierre de iris, Truffaut se adelantó en alguna década a todo un tipo de cine.
Por otro lado (hay que tener en cuenta los tiempos que corrían), la película me pareció entonces reaccionaria. Lo explico. “Los 400 golpes” finalizaba con Antoine escapando del correccional, corriendo hacia la libertad, visualizada como el mar. En “L’enfant sauvage” hay otra escena similar. Victor huye de la casa donde le están obligando a aprender una serie de formas sociales, y lo hace corriendo desde la ventana por la que escapa hasta un campo arado que cubre toda la pantalla (como el mar), por el que desaparece. Pero Víctor renuncia a su Libertad y vuelve para integrarse…
El niño terrible parece que estaba cambiando a pasos acelerados.
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