Puestos a confesar debilidades personales, no puedo dejar de lado la que siento, desde la primera vez que la vi, por “La sirena del Misisipí” (François Truffaut, 1969). Anoche se pasó en la Filmoteca y… ¡me gustó aún más que las veces anteriores!
Como “Tirez sur le pianiste” (1960) basada en una novela negra, aquí no de David Goodis, sino de Cornell Woolrich -William Irish-, pero compartiendo ambas un mismo escenario final, es en realidad una de las más dramáticas y románticas historias de amor narradas por el director. Como “Tirez”, por otra parte,…y otras posteriores. Quizás lo que quiera mostrar la película sea precisamente la respuesta al personaje de Belmondo cuando pregunta -¿Es que el amor hace daño?- y, aunque posiblemente deba ser una respuesta afirmativa, quizás tenga más peso aún la respuesta que da en la misma trama el personaje de Catherine Deneuve: que el amor provoca tanto alegría como sufrimiento.
Un recorte con unas tijeras de una foto de boda que se siente desde la butaca del espectador como una amputación marca la que también debe sentir en su interior Louis (Belmondo) cuando se ve abandonado por su Julie (Deneuve). Luego sucederán varias situaciones similares y de signo contrario, siguiendo los dos (interpretados por una pareja de actores aquí insuperables) en su relación un poco lo que decía la letra de esa canción -“Le tourbillon”- que se cantaba en “Jules et Jim”
Porque hay momentos de desamor evidente, en los que el gélido rostro de Deneuve, su afán desmedido por el dinero y por ir a toda costa a la deslumbrantemente atractiva ciudad de París, parecen explicarlo todo, bien negativamente, mientras que, en cambio, todos ellos vienen compensados con creces por otros momentos en que Truffaut hizo mostrar el sentimiento amoroso de forma más directa que nunca, sin el subterfugio de expresarlo mediante una carta. En este sentido, aquel en que Belmondo le lee la cara a Deneuve ambos delante de una chimenea, diciéndole que para él ese rostro es todo un paisaje, es de los más significativos. Eso en cuanto a sentimientos compartidos, porque previamente la forma en que Louis quema la ropa interior y la lencería de ella muestra a las claras la pasión que él siente por ella, en forma parecida a cómo veía Montag en “Fahrenheit 451” (1966) arder sus ya amados libros. Al contrario -ella expresando su amor a él- sólo tenemos la secuencia de la grabación del disco, pero queda como un añadido en cuña de última hora, para no dejar al espectador con la certitud contraria como única.
Hay también en la película -sin verse desnudez alguna en ellas- escenas de fuerte erotismo, como esa de Deneuve estirada en la cama, esperando solícita la llegada de Belmondo, para el que se ha puesto y fijado unas medias. Belmondo llega y empieza a desabrochar los botones delanteros que cierran el vestido. Por un lado, la escena guarda una similitud muy grande a la de la llegada de los amantes a la habitación del pequeño motel en “La peau douce” (1964), que dije aquí me recordaba siempre a otra escena similar de “Viridiana”. Ayer la escena me recordó, por esa pierna enfundada en una media dejando ver esas ligas, a “Tristana”, pero ésta la realizó Luis Buñuel, también con Catherine Deneuve, un poco después….
Causa un cierto mareo, por cierto, pensar que en “La peau douce” era Françoise Dorleac la que aparecía en la escena citada, mientras aquí es su hermana Catherine Deneuve, ya fallecida la anterior. Y que ambas fueron pareja, en este orden, de Truffaut.
Mediante un procedimiento muy estimado por Truffaut, los títulos de crédito iniciales ponen en antecedentes de la trama base de partida de la película -anuncios por palabras de gente buscando matrimonio-, a la vez que hace general, universaliza, lo que veremos luego únicamente centrado en una pareja.
Desde el principio, con unas escenas que parecen de Hitchcock en las que Louis (Jean Paul Belmondo) espera la llegada en barco de su prometida por correspondencia al puerto de la isla de la Reunión, la película posee como la que más un ambiente, clima y acción de perpetuo tránsito. Barcos, aviones (con sus correspondiente trayectos marcados sobre mapas simplificados) y coches de diferente tipo conducen a los diferentes personajes de principio a fin, a un destino incierto. Pero los aspectos geográficos exceden a los de los meros viajes. Ya en la metrópoli, no está nada mal como retrata la cinta, mediante muy pocos planos, pero muy potentes, a ciudades como Aix en Provence o Lyon…
Esos frenéticos tránsitos, esa pareja huyendo alocadamente de la policía, me recuerdan siempre escenas que veo muy similares de “Pierrot le fou”. En las dos se trata de Belmondo y de un coche descapotable. En la de Godard, con Anna Karina, aquí con Catherine Deneuve.
Y sólo dos cosillas más, de orden menor, para no hacer eterno este escrito:
Una es sobre la cita que se marca Truffaut en la película sobre “Johnny Guitar”, porque es precisamente esa de Nicholas Ray la que van a ver al cine la pareja en un momento de relativa tranquilidad, y ella comenta a la salida que, ciertamente, por ser un western, tiene otra cosa que no dan los westerns típicos.
La otra compete a Marcel Barbet, en su papel de Jardine, la mano derecha de Louis (Belmondo) en la gestión de la fábrica de tabaco. Es muy divertido ver que todo lo que se ve y dice en la película sobre Jardine es exactamente lo que seguro dirían de Marcel Barbet en Les Films de Carrose, la productora de Truffaut, donde ejercía de gerente y contable, y mantenía el barco durante las ausencias del patrón.
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