En cámara lenta, con el cuerpo paralelo a los esquís, la boca abierta “por la tensión”, vemos al saltador Steiner realmente volar, en lo que deben ser unos segundos fuera del mundo.
Con tres cámaras, que permitían captar la imagen a una velocidad inaudita, pero aún sólo dando la impresión de ser un locutor deportivo con unos intereses diferenciados, Werner Herzog, con “El gran éxtasis del escultor de madera Steiner” (1974; ayer en la Filmoteca) se encamina un poco más en la búsqueda de la humanidad yendo hacia sus límites, ese anhelo que le ocuparía durante muchas décadas posteriores.
Para el espectador, al margen de ver intrigado los pormenores de una competición de saltos en la entonces incógnita Yugoslavia, es una suerte que el bueno de Steiner, al que ciertamente hemos visto previamente en su taller de ebanista, le caiga bien desde el primer momento.
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