lunes, 30 de septiembre de 2024

Georges Franju: lo insólito, la poesía y los escalofríos de la realidad


Me pongo a la defensiva, esperando lo peor, cuando oigo decir que una película entra de lleno en un mundo fantástico. Por ahí te puedes encontrar tonterías de todo tipo, impensables para darse en el mundo real.
Y es que es, me parece a mí, un garrafal error pensar en gente volando (sin motor ni parapente), escupiendo llamaradas de fuego y lo que se tercie por la boca, atravesando muros de hormigón como si fueran de aire, o cualquier idiotez que pueda pensarse. Lo fantástico que llega de verdad es lo que surge de lo cotidiano. Basta pensar por qué le pusieron el nombre de arte surrealista a lo suyo los del rompedor grupo de principios del XX.
Todo esto viene a cuento de que hoy La Charca Literaria me publica un escrito que he dedicado a Georges Franju, un cineasta que sí sabía eso de que lo fantástico residía en lo más aparentemente “normal”.
Su enlace, aquí:

 

Georges Franju: lo insólito, la poesía y los escalofríos de la realidad







Lo que me gusta es lo que es terrible, tierno y poético (Georges Franju).



En la Filmoteca de la calle Mercaders, durante los años 70, según me leo ahora, pasaban cada año algún film de Franju. Alguna de esas piezas la debí ver y me sorprendió, pero creo que no digerí lo que suponía su cine hasta asistir al ciclo que la misma Filmoteca le dedicó a finales de 1976, sobre el que escribí una crónica para la revista Cinema 2002, que apareció en febrero de 1977.


Ahora he releído aquel artículo y compruebo que dice casi exactamente lo mismo que tenía previsto poner por aquí. Aún me debato internamente pensando si se trata —lo mío— de un profundo anquilosamiento o de una saludable muestra de constancia en ideas y pensamientos.


Ahora, gracias a los pases frecuentes de una película (fantástica en todas las acepciones de la palabra) como Les yeux sans visage (1960) y al “homenaje” que le rinden cineastas más contemporáneos, Georges Franju se ha convertido en un director muy conocido, pero no ha sido siempre así, pues pasó largas temporadas considerado como una rareza. Quiero, en cualquier caso, repasar los datos que nos han llegado sobre él, su vida y sus filmes.


Nacido en 1912 en la Bretaña francesa, todos los manuales hablan de que fue, junto a Henri Langlois y Jean Mitry, fundador de la primera cinemateca del mundo, esto es: la francesa. A mí me extrañaba el grupo o, al menos, los dos primeros, porque los veía de caracteres totalmente opuestos. No podía conciliar el cuidado de Franju en sus cosas con la bañera en la que Langlois apilaba las latas de películas que rescataba del olvido. Pero después vi que incluso hicieron un primer cortometraje juntos, Le métro (1934), si bien es verdad que Franju pasaba siempre olímpicamente de él cuando repasaba su obra.


El sueño, la poesía, lo insólito deben emerger de la misma realidad (Georges Franju).


A finales de los años 40 y durante los 50, Franju se hizo un nombre como documentalista. En las entrevistas que se han conservado (André Labarthe le dedicó uno de los episodios de Cinéma, de notre temps —Georges Franju. Le visionnaire— que se puede ver por YouTube, a partir de tres de ellas realizadas a lo largo del tiempo), él insiste en diferenciar su empeño, eminentemente cinematográfico, del simple reportaje televisivo. Es el suyo un trabajo de aproximación al presente de regiones y ciudades, a monumentos, a personajes históricos, a espacios y sociedades de una forma tan directa que hace irradiar todo aquello que es esencia, pero que cuando es un reportero televisivo quien lo trasmite, resbala sin ser captado por su cámara.


En todos estos documentales destaca esa mirada, privilegiada por un muy desarrollado sentido del encuadre, pero si hay uno que se ha insertado con fuerza extraordinaria en la historia del cine, ese es La sang des bêtes (1949), un documental sobre los diferentes métodos de proceder, según los animales a abatir, en el matadero de La Villette. He vuelto a ver ahora alguna de sus más que terribles escenas y las ganas de apartar la vista de la pantalla se hacen irrefrenables. Pero Franju, muy intencionadamente, entre método de acabar con la vida de uno y otro animal, inserta una apacible y poética escena —hasta nocturna, con la luna reflejada en él— del fluir las aguas del vecino río, con lo que el terror que causa lo que se ve del siguiente método de exterminio, se acrecienta.


Georges Sadoul lo definió bien: «posee el sentido de las atmósferas insólitas y un burlesco humor negro».


No he vuelto a ver La tête contre le mur (1959), su primer largometraje, y, sin embargo, tengo aún presente desde entonces una escena que me llegó a lo más hondo. En el manicomio donde se desarrolla casi toda la acción hay unos melancólicos internos que siempre están pensando en lo feliz que sería su vida fuera de esos muros. Uno de ellos, interpretado por Charles Aznavour, consigue escapar. “¡Somos libres!”, exclama, y cae fulminado allí mismo, con los brazos en cruz.


Godard escribió sobre la película una de esas frases hermosas que ideó en su época de crítico cinematográfico: «Tal como se habla de amor loco, del primer largometraje de Franju podrá decirse que es cine loco. La tête es un film loco sobre locos. Es, entonces, un film de belleza loca».


En esa película aparece por vez primera una actriz, Edit Scob, de rostro límpido, como de porcelana, que se convertiría en una especie de musa de Franju, quien la hizo aparecer en seis de sus filmes. Es en Les yeux sans visage (1960) donde su figura destaca más. Encarna —ahora casi todo el mundo, como he escrito más arriba, ha visto la película y no puede haber salido indemne de su visión— a una chica cuyo padre, un afamado cirujano, quiere hacerle recuperar el rostro destrozado en un accidente a partir del trasplante de los rostros de otras jovencitas llevadas con engaños hasta la apartada clínica donde tendrá lugar la operación. No es sólo la máscara que figura llevar el personaje de Edit Scob lo que se clava para siempre en la memoria. Hasta un vulgar 2 CV, circulando con sus faros encendidos por la oscura carretera, está filmado de tal manera que parece que los espectadores hayamos entrado en un entorno ingrávido, nada terrenal.


Edit Scob vuelve a aparecer en Relato íntimo (1962), versión del Thérése Desqueyroux de François Mauriac, otra película, como la posterior Thomas l’imposteur (1965, sobre una obra de Cocteau) o El pecado del padre Mouret (1970, basado en otra de Émile Zola) que sorprenden siempre por su atmósfera, llegando a quedar bien lejos de lo que sus libros de base sugerirían. En varios momentos surgen inesperadamente, en medio de una naturaleza sublimada, imágenes de un fuerte erotismo.


El resto de largometrajes de Georges Franju pueden englobarse en un mismo saco. Surgen del mundo de Feuillade, de Fantomas y otros films de episodios del principio del cine. La imagen icónica de Judex (1964) procede de una secuencia hipnótica. La cámara sube mostrando las piernas y la americana de un personaje masculino, hasta dar con su rostro, una enorme cabeza de ave, que nos mira fijamente. Poco después podemos entender que nos encontramos en una fiesta de disfraces. Creo haber oído al mismo Franju reconociendo que esa imagen procede directamente del mundo de Max Ernst.


No solo está en Judex, como después en L’’homme sans visage (1974, serial televisivo que recuerdo haber visto, sin salir de mi sorpresa, durante sesiones de sobremesa de la televisión de la época), o en Nuits rouges (1974, lamentablemente el último largometraje de Georges Franju, versión cinematográfica de la serie de TV), esa imagen surrealista del hombre con cabeza de pájaro. En ellas surge con fuerza el mundo de los tejados, de las enmascaradas, enfundadas en monos de cuero negro, dirigiéndose a misiones nocturnas peligrosas por los tejados de las casas.


Podemos finalizar con una frase, para ver de acabar, si es leída en el momento adecuado, con un pequeño escalofrío:


«Sólo nos falta un poco de imaginación para que nuestros gestos más habituales se carguen de una significación inquietante, para que el decorado de nuestra vida cotidiana engendre un mundo fantástico» (Boileau-Narcejac; epígrafe de La première nuit).


Franju se encarga una y otra vez de recalcarlo en sus películas: lo insólito se revela únicamente en lo cotidiano.

domingo, 29 de septiembre de 2024

Desiré


“De -si-ré” (Sacha Guitry, 1937). Así, en una partitura, como notas musicales, dibuja Guitry el título de su obra para, a continuación abrir una puerta, aparecer ante nosotros y hacer una pequeña introducción del film, ya vestido adecuado a su materia, sin olvidar su al parecer habitual presentación de todo el equipo del film.
“Desiré” se posiciona en el mundo de la servidumbre de una casa. El mismo Guitry hace de mayordomo. Sus compañeras son la camarera (Arletty) y la cocinera (Pauline Carton, al parecer un personaje muy habitual -genial- en su cine). Sus patronos, una ex-actriz de teatro y su amante, ministro de la República.
Las vidas y acciones paralelas, entre el servicio y sus patronos, están a la orden del día en la película, que incide principalmente en el cruzado deseo, aunque innombrable, entre Desiré, el mayordomo (un nombre que lo dice todo) y su patrona (Jacqueline Delubac -que, siendo la mujer de Guitry, siempre aparece como protagonista-). Guitry, en su papel, se acelera como Cantinflas, como pasa también, quizás menos, en las dos películas anteriores suyas que he visto estos días y veo que, por lo que escribí sin entenderlo, hacía en otra película de la época que ya vi hace no mucho.
Con apuntes muy divertidos también observando el mundo del poder (esa imagen en calzoncillos que le hace ver a ella a su amante como Presidente de la República, o ese grosero asalto a la ex-actriz por parte del marido del matrimonio amigo al que invitan a cenar-, quizás me ha resultado la más divertida de las tres suyas vistas una tras otra.
Empiezo a entender, y muy bien, la especial atracción que, frente a la opinión generalizada de la crítica cinematográfica del momento, tenían Truffaut y los de la Nouvelle Vague -y luego sus sucesores- por el cine de Sacha Guitry.

El nuevo mayordomo (Sacha Guitry), recibido por la cocinera (Pauline Carton) y la doncella (Arletty) acude a una oferta de trabajo.

Cae enseguida simpático a sus nuevas compañeras.

Y la doncella, que traspasa el mundo del servicio y se entera de todo, le ayuda en su pretensión de empleo.

Su presentación es un éxito y obtiene el empleo.

El núcleo de la película se dirime entre el y su patrona.


Acuden a la casa de campo.

Allí, una increíble cena que pone en evidencia los verdaderos instintos de la clase de sus patronos. Un plano cenital muy valorado, aunque es verdad que muy gratuito.

Oliver Assayas, en un extra del DVD dice, a mi parecer con gran acierto, que la única pareja que ve en la película es la formada por Desiré y su patrona, por lo demás pareja en la vida real sus intérpretes.

El objeto del deseo.



 

sábado, 28 de septiembre de 2024

Le roman d’un tricheur

Este cartel, además de la fama que tiene este título, estuvo a punto de hacerme verla primero de todas.

Si en su “Mon père avait raison” los actores que intervenían se presentaban al inicio, en esa buena costumbre perdida, asociando sus nombres con los de sus personajes, en “Le roman d’un tricheur” (Sacha Guitry, 1936) es también todo el equipo que ha realizado la película el que es presentado, en un juego que no ha sido repetido hasta Jean-Luc Godard.
Si la película anterior dejaba ver por todos sus poros su carpintería teatral, ésta en absoluto, situándose desde su inicio hasta su final en lo plenamente cinematográfico. No es, sin embargo, un substrato cinematográfico que pase desapercibido, dada su originalidad: casi toda ella -excepto unos escasísimos planos que, sin escaparse del relato, regresarían a un supuesto presente, en el que el narrador y los que con él dialogan hablan realmente- está narrada por una voz en off, que llega a asumir hasta los eventuales diálogos de los diferentes personajes de la historia.
Lo narrado -de hecho el narrador lo va escribiendo con pluma en un cuaderno en el presente- es la vida de un hombre angustiado al ser perseguido por la argucia tramposa desde el momento en que su robo de ocho monedas le salvó de la muerte por envenenamiento de toda la familia.
Se trata de un relato repleto de la ironía que siempre vierte Guitry en sus cosas, que en cine acompaña con trucos -aquí sí- cinematográficos bien ingeniosos. Basta con ver, por ejemplo, cómo se anticipa a aquel cortometraje (ahora no recuerdo ni su título ni su autor) que se burlaba de los nazis simplemente remontando los desfiles de “El triunfo de la voluntad” de Leni Riefenstahl. Aquí Guitry evidencia el ridículo en que caen los supuestamente marciales soldados de Mónaco simplemente rebobinando sus pasos durante el cambio de guardia.
Aparece en el film Frehel, la adorada cantante de Eustache, en este caso cantando ella -y no el narrador- un par de canciones. Y aparece, claro, el propio Sacha Guitry, aportando en una escena sus dotes de transformista.
Me ha encantado una escena del presente, que liga el pasado con el presente y evidencia el cambio de sentimientos con el amargo paso del tiempo. No la destripo aquí, y la dejo a descubrir por los que no hayan visto aún la película: toda está montada por el reloj donado en su día por una agradecida condesa.
En un extra del DVD del Pack Sacha Guitry, Denis Padalydés explica cómo venció su reticencia con Sacha Guitry por su voz, ese hilo de voz que sostiene la narración en off a lo largo de todo el film. Y acaba diciendo que esta “Le roman d’un tricheur” es, en el fondo, una película para escuchar.
Esa sería una muy buena definición si no fuera, como demuestra Serge Le Péron en su película “Sacha et le cinéma, un amour masqué”, también ofrecida como extra en el mismo pack, que la película rebosa, así mismo , de aciertos visuales.

El sorprendido niño.

Ya bien crecido, en el casino de Montecarlo.

En el presente, escribiendo en un cuaderno. Ahí sí hay diálogos, no trasladados por el narrador.

Cuando ya se decide a no ir contra su sino, ensayando y mostrando sus trucos.


 

Mon père avait raison


Padre -interpretado por el mismo Sacha Guitry- e hijo, en un momento en el que el primero ha dispuesto enviar interno en un colegio a su hijo.

Hay otro padre -abuelo del niño- que pasa a visitar a su hijo y hablan conjuntamente de su relación con las mujeres.

En la biblioteca del gremio, la Xavier Benguerel, he dado, expuesta como novedad, con una pieza que la justifican. Ahí estaba, y no he podido sino llevármelo a casa para cubrir un poco un gran agujero que tengo en la historia del cine, un pack constituido por ocho DVD (1), ocho películas de Sacha Guitry.
Al llegar aquí he ordenado las películas por fecha de realización y me he visto la primera: “Mon père avait raison” (1936).
Película que deja claro sus origines teatrales (casi toda la acción tiene lugar en una u otra sala con varias puertas por las que entran y salen los personajes), es una más de las adaptaciones que él mismo hizo de sus obras para el cine. Como dice Pascal Thomas en un extra, no fueron filmaciones directas: cada una comportó su propia puesta en escena, bien particular.
No sé si “Mon père avait raison” será un ejemplo de “la pièce bien faite”, pero en cualquier caso apunta dos o tres cosas nada despreciables sobre la herencia que pasa de padres a hijos, la buena vida y el amor.
(1) En realidad 7: alguien se había llevado previamente el octavo…

Padre e hijo, veinte años después.

Una señorita entra en escena.
 

viernes, 27 de septiembre de 2024

The war diary




Hakob Melkonyan inicia su “The war diary” (2023; en Filmin) con la consulta de unos ficheros por fin liberados (foto 1) sobre la visa militar de su abuelo. Entre sus papeles se encuentra su certificado de defunción (foto 2), que le da a conocer que murió en 1943 en Kerch (crimea), y un pequeño diario que llevó desde que fue movilizado.
Es en ese diario en el que encuentra una frase de su abuelo, soldado de la Unión Soviética, en la que habla de sus “hermanos de las Repúblicas vecinas”, todos combatiendo juntos contra el ejército nazi.
Melkonyan se pregunta que ha hecho que hoy en día todos esos países del Cáucaso estén enfrentados entre sí, y emprende un viaje (foto 3), que inicia en Nagorno Karabaj, para seguir por Azerbaiyán, Armenia, Georgia, Abjasia, Rusia y Ucrania, siguiendo la ruta indicada en su diario por su abuelo hasta el emplazamiento de su muerte.
Pisa escenarios de los combates contra los alemanes y recientes de conflictos tan actuales que alguno le alcanza de pleno (foto 4). Conversa con los escasos veteranos de la II Guerra Mundial con los que se encuentra (5), con gente joven que explica a su aire la situación actual.
La conclusión que, después de todo ello, te alcanza, es desoladora.





 

miércoles, 25 de septiembre de 2024

Powell habla de Pressburger

Emeric Pressburger, en el jardín de su casa.

El señor de la fotografía es Émeric Pressburger, un nombre indisolublemente asociado a Michael Powell, envuelto en un cierto misterio y un gran desconocimiento que sólo la lectura de las memorias del segundo me empiezan a desvelar parcialmente.
Húngaro, asumiendo un puesto y fama de buen guionista en la todopoderosa UFA de la preguerra, como tantos judíos que tuvieron la oportunidad, huyó de Alemania. En Gran Bretaña otro húngaro, Alexander Korda, para quien empezó a elaborar allí guiones, lo presentó a Powell, con el que fundó y compartió a partir de entonces el prestigioso sello de The Archers y una enorme y variada cantidad de buenas películas.
Da la impresión de que, con caracteres muy diferentes, se entendían a la perfección. Powell viajaba a los lugares donde quería rodar una película, para encontrar localizaciones e imbuirse de la historia que quería contar. Hombre atlético, alguno de los recorridos que se marcó, a pie, a caballo,… fueron auténticas aventuras, increíbles hasta para los locales. Desde esos lugares le enviaba impresiones y diferentes anotaciones a Pressburger, o volvía a su lado, para que ligara éstas con la historia que ya habían acordado emprender, que invariablemente escribía Pressburger y dirigía Powell, aunque firmaran todo los dos. Fue una asociación larga, al 50%, alabada por ambos.
En el segundo volumen de sus memorias, cuando Michael Powell empieza a hablar del periodo de indecisión que siguió a la puesta en marcha de “Los cuentos de Hoffman”, que les ratificó que debían deshacerse de los tejados ofrecidos por Rank o Korda y les llevó hasta a dirigir films cada uno por su lado, dedica un capítulo a narrar uno de los viajes de su camarada para satisfacer lo que él llama su “tour de france gastronómico” por restaurantes, en su mayoría tres estrellas Michelin. Transcribo aquí uno de ellos:
-Salida a las 4h de la mañana de su casa de Hamstead, al volante de su Bentley.
-En Southampton embarque hacia Cherburgo.
-Allí llegada al albergue familiar donde dormir después de haber tomado unas ‘ártichauts sauce hollandaise’, ‘langoustes à l’armoricaine’ y un ‘soufflé crème de menthe’, con buen surtido de quesos y frutos, “todo ello regado de un champagne d’Epernay, muscadet de la rive nord de la Loire frappé y un ballon de cognac de la cave personal du patron”
-A las 6h partida hacia un hotel al borde del Loira donde tomar el aperitivo a las 11h, pues “ya ha reservado su comida: un ‘chateaubriand sauce béarnaise' seguido de un enorme 'meringue crème Chantilly' especialidad de la casa.
-Salida a las 14,15 "para poder cenar y dormir en el famoso Château de La Gaze, en las Gorges du Tarn"
-"Al día siguiente, salida tarde, a las 8h, para recorrer los solo 350 Km para comer a la orilla del Ródano… y así seguir"

Con Michael Powell.

Fotografía que he encontrado del Château de la Caze, en las Gorges du Tarn.

Y una del Kronenhalle de Zurich. ¿A que recuerda poderosamente a la Brasserie Flo, Antonio?
 

lunes, 23 de septiembre de 2024

Zeleste: el récord de tantes ocasions



Anoche Betevé pasó (y por tanto supongo que puede repescarse en su página web o, si no, estará en el Festival In-Edit) “Zeleste, el récord de tantes ocasions” (Albert De la Torre y Rafael Moll, 2024). Sospecho debía ser un proyecto de Moll (fallecido a finales del año pasado) que, aún con varias bajas en su haber (aparece bastante J. M. Martí Font, que se nos fue en febrero de este año), se reemprendió recientemente.
Empiezo a ver su grabación y suena una versión musical preciosista de “Qualsevol nit por sortir el sol” mientras vemos, medio en tinieblas, unas viejas cajas de mudanzas o transportes almacenadas, y me asalta el pensamiento de que será de una nostalgia, todos añorándolo y soltando alabanzas, que la harán pegajosa e invisible.
Pero luego… aparece tanta cosa vívida que a ver quien se le resiste.
Cada uno junto a la famosa lámpara como de alabastro de las mesas de Zeleste cuentan y nos descubren cosas de lo que ahí y alrededor suyo se coció.
Sílvia Gubern explica cuál fue el origen y cómo materializó el logo del local. Dani Freixas cómo se gestó su decoración. Sisa de donde salió eso de la Onda Layetana y cómo le sirvió de modelo para su Cabaret Galàctic, Rafael Moll cómo se formó para una sola noche y empezó a tocar la Orquesta Platería…
También aparecen grabaciones de actuaciones ahí (obligando a mirar atentamente, no sea que, por casualidad, aparezcas insospechadamente en un plano perdido de la grabación) y por otros lados de Pau Riba, el Gato, la misma Orquestra Plateria, La Vos del Trópico, Jordi Sabartés,…
En un momento dado, la cámara graba y encadena algunos números de Vibraciones, Star, El Rollo Enmascarado y Ajoblanco.
Otros hacen mención de lo que surgió de la sala, como las primeras versiones del Taller de Músics y, luego, el Zeleste de Almogáraves, con vocación de centro de arte de todo tipo donde no pudiera molestar a los vecinos que denunciaron el de la calle Plateria. Hasta su fallecimiento por inanición, para reaparecer más tarde como Ramataz, que “ya sería otra cosa”.
Lo dicho: a ver quién que lo haya vivido mínimamente se le resiste.


 

sábado, 21 de septiembre de 2024

Síndrome de los quietos

Mosaico de imágenes de la película, entre las que destaca el rostro de Luis Ospina.

La plaza de Bogotá, desierta.

Y durante el campeonato mundial de fútbol, sin tráfico alguno los sitios más transitados.

No he visto que nadie anunciara que en Filmin han colgado “Síndrome de los quietos” (León Siminiani, 2021), y me resulta francamente extraño, puesto que lo he acabado de ver ahora y me parece uno de los (falsos) documentales más interesantes de los últimos tiempos.
Sus primeras imágenes nos permiten volver a ver y oír al añorado Luis Ospina, que entra del todo en el juego cinematográfico que es, en el fondo, el mediometraje (pues se extiende sólo 31 minutos).
A lo tonto, asistimos también a una condensada historia reciente de Colombia, definida como la combinación entre el ruido y el silencio, la quietud. En una ocasión se remonta a 1946, cuando Jorge Eléicer Gaitán impulsó una marcha silenciosa contra la violencia. En otras, altera sorprendentes momentos en que el país se paraliza y pueden entonces obtenerse imágenes de sitios, que habitualmente rezuman gente y actividad, totalmente desiertos, y no estamos hablando del confinamiento por la COVID-19, sino de la retransmisión de los partidos de un campeonato mundial de fútbol y un extraño censo que se efectuó en los años 90, que para obtener buenos resultados obligó a todo el mundo a permanecer en sus hogares.
Y poca broma con las personas que intervienen en la película de Siminiani: a Luis Ospina, fallecido un mes después de unas escenas que casi cierran el film, hay que sumar a Gustavo Petro, actual presidente de Colombia, y al escritor Juan Gabriel Vásquez.

El sur.